Por: Grazia Hernández Távara, comunicadora del área de Proyectos de Cutivalú.
En el reporte de marzo de la Mesa de Concertación para la Lucha contra la Pobreza de Piura, se reportaron 612 partos de adolescentes de 15 a 19 años. Hasta el 7 de marzo, siete niñas y adolescentes con edades entre los 11 y 14 años fueron forzadas a ser madres. Hablar del embarazo adolescente es una necesidad porque representa una de las brechas de género priorizada de la región y, también, porque afecta a niñas y adolescentes piuranas en situación de vulnerabilidad.
Las causas pueden ser muy variadas, pero las principales son dos: la inadecuada o inexistente educación sexual integral (ESI) en los colegios y las violaciones a niñas y adolescentes, muchas veces cometidas durante periodos largos por personas allegadas.
Para proponer y ejecutar diversas estrategias conjuntas entre el sector educativo y el sector salud es imprescindible dejar de lado la idea de que hablar de educación sexual no les compete a los maestros o, aún peor, que significa algo malo y pecaminoso, empecemos a pensar que una educación sexual puede prevenir que esa niña violentada por su papá, padrastro, tío, abuelo, primo o vecino identifique las señales de alarma, conozca su cuerpo y los límites que coloca a las demás personas o que una pareja joven sea responsable con la otra persona y su cuerpo. La imposición de una moralidad no puede guiar el presente y el futuro de nuestras niñas y adolescentes.
Según encuesta del INEI, 2019, el 24,9% de adolescentes que eran madres o estaban embarazadas se encuentran en el quintil más pobre. El embarazo adolescente reinicia el ciclo de pobreza en muchas familias de la región, no es “una bendición”, pero sí es necesario apoyar a nuestras niñas y adolescentes en condición de madres para que no dejen la escuela, para que accedan a seguros públicos de salud y se asegure su bienestar físico, emocional y mental tanto como el de su hijo o hija.
Prevenir los embarazos adolescentes contribuirá a que nuestras niñas y adolescentes gocen de un crecimiento pleno según sus etapas, que se empoderen para romper los ciclos de pobreza y violencia en los que pueden vivir y contribuyan a la economía familiar y nacional. Una sola niña es capaz de cambiar el mundo.
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