
Esta semana, hemos visto en algunos medios de comunicación la patética imagen del anciano Alberto Fujimori, en un centro comercial de Lima, fotografiándose con algunas personas que transcurren a esos centros comerciales exclusivos. Patética la imagen de las personas que se tomaron la fotografía, porque alguien que realmente conoce la historia del Perú de esos años, no lo haría.
Personalmente, no lo haría por dignidad, pues Fujimori tiene las manos manchadas con la sangre de muchos peruanos y peruanas de los años 90, al igual que Dina Boluarte, con los asesinatos del sur del Perú en los dos últimos años.
Además del trucho indulto, aún hay juicios que Fujimori lleva sobre sus hombros. La violación de derechos humanos es un delito que nunca expira. Una sociedad que valora la vida humana no debe olvidar ni tolerar a aquellos gobernantes que despreciaron la vida de los peruanos y peruanas.
A esos delitos contra la vida hay que sumarle la destrucción de la institucionalidad del Estado peruano en los años 90. En aquella década vivimos un Estado total al servicio de narcotraficantes, de traficantes de armas y de corrupción. Se puso al Estado peruano al servicio de los intereses de unos cuantos empresarios, políticos y militares. Hoy, muchos de ellos, están presos o fugados del Perú. Lo dicen los documentos históricos.
En contraste, los peruanos y peruanas de los pueblos del Perú profundo recibían pequeñas obras públicas como premios consuelo. Tal vez Fujimori llegó a sus pueblos como no lo hizo otro presidente. Pero fue para darles migajas, y seguir robándole al Perú. Hoy, la familia Fujimori tiene asegurada su economía por varias generaciones. Pueden darse el lujo de no trabajar toda la vida.
El historiador Alfonso Quiroz, en su libro publicado el 2013, “Historia de la corrupción en el Perú”, dice que Fujimori “ayudado por su círculo de parientes y amigos, (…) se benefició del drenaje de aproximadamente 404 millones de dólares de fondos públicos peruanos, mediante el abuso ilegal del poder. [Y que] solamente una pequeña parte del total extraído [al estado peruano] ha sido recuperada [por la justicia]” (Quiroz, 2019, p. 327).
Si multiplicamos esa cantidad por 3.8 soles que cuesta el dólar, la numeración de sus calculadoras no alcanza. Son ingentes cantidades de dinero robadas al Estado peruano que pudieron servir para construir carreteras, colegios, y centros médicos, a lo largo de todo el país.
No podemos decir que Fujimori fue el mejor presidente del Perú. O tal vez lo sea para algunos, porque con el dinero del Estado peruano llenó las casas hechas de quincha y barro de todo el Perú, con calendarios con su fotografía de presidente exitoso. Fueron imágenes engañosas de presencia en todo el Perú, para tener legitimidad y seguir robándole el dinero al Perú.
Estas líneas para la memoria histórica son para recordarles a todos y todas las peruanas que el olvido de la historia es peligroso para el futuro del país. La democracia se funda sobre los valores de la vida, la libertad y la justicia.
La ancianidad del criminal no borra el dolor de las vidas perdidas. Una nación no puede tener paz ni desarrollo humano si la justicia no es el valor fundamental de la democracia.
La memoria histórica de lo vivido como nación nutre la democracia, nutre la conciencia democrática de cada peruano y peruana.
Por: Wilmer Fernández Ramírez – Director de Cutivalú