Por: Alonso Valladolid Ruidias.
El primer contraejemplo del título que se me viene a la cabeza es el de un amigo mío cuyo padre los abandonó, a él, a su madre y a sus dos hermanitos, cuando cumplía los diez años. A los doce empezó con el oficio de payaso y hasta el día de hoy, con veintitrés, le ha servido para mantener firme su hogar. Hijo y padre al mismo tiempo, y hermano también. Otro caso extendido en el Perú es el del padre que cumple con la manutención de sus hijos a quienes no ve hace muchos años; por último y aún más lamentable, el del procreador que no se hace cargo de ellos ni económica ni afectivamente.
Ahora bien, no hay por qué respirar tranquilos si progenitor e hijos viven bajo el mismo techo y el primero no comparte con los suyos momentos fraternos, charlas, abrazos, no pasan tiempo de calidad en la mesa, lo cual deviene naturalmente en que el hijo sienta enemistad o desafecto hacia el padre para consultarle ciertos asuntos o contarle secretos propios de la edad. Siendo así, luego no tienen el derecho de juzgar por qué el menor eligió el camino que eligió. Inestimable mérito tiene si es que el hijo, sorteando todo tipo de adversidades en el colegio y universidad (si logra formar parte de ella), termina con éxito esta etapa académica.
Por lo tanto, hoy 19 de junio, no se trata únicamente de entregar un regalo al padre, sino de que este reflexione sobre su labor como tal, la cual no se limita a sustentar económicamente a sus retoños sino a consultarle cómo se siente, cómo lo puede ayudar, aprender a respetar sus espacios (porque tampoco se trata de asfixiar su privacidad), y, muy importante, a ser intuitivos en sus palabras y gestos, porque un niño, e incluso adolescente, muchas veces se limita en sus testimonios en medio de dudas existenciales.
Por todo ello, el autor de este texto desea un especial y reflexivo día del padre para quienes cuentan con él, y para quienes lamentablemente no, fortaleza y sabiduría para superar los infortunios, así también asegurarles que cada logro que concreten tendrá el doble del valor -y quizá mucho más- que alguien con el apoyo del padre.