Yo conocí a Carlos

Yo conocí a Carlos

Por Leandro Amaya Camacho

Es la primera vez que la combi no lleva cobrador, avanzamos por las calles inundadas, tambaleando, en silencio. No hay quién nos anuncie el destino. Las calles ya no existen, nuestras avenidas están destruidas, nos desviamos para evitar el agua. El chofer a media voz dice que a Carlos se le ha caído la casa de barro por la lluvia de anoche, y Carlos tiene 17 años y trabaja de cobrador porque su padre lo dejó cuando era niño.

Carlos tiene tres hermanos, una madre que vende tamales, y una casa que acaba de caerse. Yo escucho, y miro directo a la pista embarrada. No muevo un musculo, solo tengo la vista fija en el cielo sin sol que se refleja en las lagunas. Carlos ha pasado toda la madrugada bajo la lluvia, dice el chofer. Una señora se persigna, no basta rezar señora. Por eso no ha venido a trabajar, uno de sus hermanitos tiene fiebre y en el hospital dicen que no hay medicinas. Yo entiendo porqué el chofer nos cuenta todo eso, para poder desahogarse. También siento que he conocido a Carlos, y cuando vuelva a verlo le palmearé el hombro y le agradeceré por una vez haberme llevado gratis; también lo veo allí tiritando de frio bajo los rayos y truenos, sin miedo, con el rostro cobrizo iluminado por la luz manchada de una ciudad que lo olvida cada vez más.

Mire maestro, quiero decirle al chofer, yo creo que soy periodista y una vez me mandaron al asentamiento humano que queda atrás de la urbanización bonita de la que acabamos de salir, bueno, yo nunca había visto casas caídas, nunca había visto a niños de cuatro años, un año más que mi sobrino mayor, tirando palana, hiriendo a la tierra para que el agua discurra y no se ahoguen como José «el epiléptico» que del susto por los rayos se quedó paralizado y cayó hacía el charco debajo de su cama, y la mañana lo encontró con la mirada directa hacía la última nube gris que se arrastraba por encima de todos nosotros.

Y llegué señor chofer, y los niños dejaron sus palanas y se amontonaron a mi alrededor, y para sus padres de pronto era íntegramente un señor periodista que venía a hacerlos sentir menos olvidados, hasta me alcanzaron agua porque me vieron cara de sed, y guiaron por sus estrechas calles, ellos contaban todo, diga en su periódico muchacho, flaco vaya y cuente como estamos acá, no se calle joven, nosotros somos pobres, pero no pueden dejarnos morir así.

Yo vi y apunté todo, y jugué fútbol con los niños de allí, hasta me dieron pase gol y le metí un taponazo a un arquero inexistente y todos nos sentimos menos derrotados, menos azotados por la lluvia. Nos animamos a sonreír, luego marché cuando cayó la tarde.

Sus pequeñas casas de cartón empezaron a volverse contraluz mientras la camioneta se alejaba, sentí que los estaba abandonando y quise echarme a llorar fuerte. Así que yo conocí a Carlos, señor chofer, estoy seguro porque ese era su barrio y esos niños se parecían mucho a él. Pero no digo nada porque ya estoy llegando al paradero y no está el cobrador. Solo dejo las monedas en una cajuela y bajo. Encima de mí hay un cielo estrellado, altísimo, hermoso. Al menos hoy las estrellas nos guiarán en la larga noche, pero cuando vuelva la lluvia no estaremos derrotados, jamás.

 

1 COMENTARIO

  1. Esa es la realidad de las zonas marginales de la ciudad , olvidados por los oportunistas políticos que sólo llegan cuando se acercan las elecciones.

Los comentarios están cerrados.