El cine peruano que no paga derechos de autor, por Monica Delgado 

Foto: Wayka

¿Se imaginan querer hacer una película sobre Chespirito pero para evitar pagar derechos de autor le ponemos de nombre Chesporito? ¿Valdría la pena hacer un documental sobre la historia del grupo Frágil, filmar a los fans en los conciertos y tocadas, pero no tener para pagar derechos por las canciones, o no obtener los permisos; y por ello no usar ninguna en las escenas? Eso viene sucediendo con dos films  que están en cartelera: Sahara Hellen de Rogger Asto y Contigo Perú de Eduardo Mendoza.

En el segundo largometraje de Rogger Asto, el título ha sido cambiado por el de Sahara Hellen, en referencia a la inglesa Sarah Ellen que arribó en costas peruanas y en torno a la cual se construyó un mito vampiresco; alimentado por el psicosocial marca Fujimori y Montesinos a inicios de los noventa. Por ello, los personajes en el film mencionan a la vampira Sahara como “Saaaaara”, para marcar diferencia fonética y no haya lugar a reclamos por la marca registrada del nombre ante Indecopi.

Pero, el cambio en la escritura del nombre de la vampira es lo de menos, ya que hay elementos de total gravedad: se trata de una leyenda urbana que es abordada de un modo infantil, primarioso y hasta parece hecha por el estudiante menos ducho de algún curso de dirección audiovisual. ¿Hasta cuándo vamos a tener este tipo de producciones de calidad tan baja que son ofertadas como si fueran películas con todas sus letras?

Sahara Hellen no solo refleja las adversidades que puede pasar un equipo de producción ante las carencias económicas que evita tener un biopic total -a falta de poder usar el nombre real de la protagonista-, sino que también es evidencia de que se puede hacer “cine” con un desconocimiento grande del lenguaje audiovisual y cinematográfico, y que encima pueda ser ofertado y estrenado en casi cincuenta salas del país. Insólito.

El caso de Contigo Perú es aún más extravagante. ¿Una película sobre el furor del hincha peruano en Rusia 2019 sin los momentos exactos de los goles de Carrillo y Guerrero?  ¿Qué pasó con el momento cumbre que hizo que la hinchada estalle y vibre con la rojiblanca? Las imágenes que le pertenecen a la FIFA de los partidos de Perú en Saransk,  Ekaterimburgo, Sochi, no han podido ser usadas en el documental, lo cual da la sensación de un relato mutilado.

Sin embargo, dentro de la propuesta del director, a los espectadores nos queda como “clímax” las fotos de cuando los jugadores pateaban la pelota antes de meter el primer gol frente a Australia.

El documental está estructurado para que en su final el espectador pueda vivir la intensidad del primer gol de Perú en un Mundial en más de treinta años. De una introducción muy floja (de una guía del estadio hablando de un gol, y de recortes viejos de diarios como parte de los créditos iniciales), pasamos a ver testimonios de hinchas que viajaron de todas partes del mundo para seguir a su selección en el primer mundial de sus vidas.

Sin embargo, pareciera que la idea de un film sobre la entrega del hincha peruano quedara a medio camino, porque la garra de la selección queda fuera de campo. Se evade el objetivo que mueve el corazón de los hinchas: el instante del gol.

Otro problema del film está en las recreaciones del visionado o escucha de los días de los partidos en Rusia, que se hizo desde la famosa tripartición del país: representantes de la costa, sierra y selva.

Hinchas de Chinchero, Lamas y el Callao (todos hombres a pesar que salen mamachas peloteras como extras) son mostrados con poca naturalidad e incluso con toques teatrales, a pesar de los esfuerzos de la edición por dar la sensación de ser seguimientos de registro documental. Se percibe el artificio en el intento de lograr una comunidad de hinchas más plural y diversa.

Con estos dos ejemplos, se plasma un problema originado en el pago y usos de derechos de autor en el cine peruano, que debería ponerse a discusión, y que como hemos dado cuenta en este texto, empobrecen el resultado de las obras.

Fuente: Wayka