Opinión: «Tengo un excelente hijo y nunca le pegué»

Luis Lozada Gallardo

Por: Luis Lozada Gallardo

En el común denominador de los padres y madres se añora la enseñanza basada en castigos físicos usando la “chancleta”, el “látigo” o la “correa”. Incluso existe una idea casi generalizada que reclama la antigua disciplina basada en gritos y golpes. La “letra con sangre entra” es aún defendida. “A mí, mis padres me castigaron con látigo y ahora agradezco”, se escucha decir para defender que la educación antigua ha sido la mejor. Pero, ¿realmente es así? El golpe, la cachetada, el látigo, ¿son necesarios?

¿Es posible disciplinar al hijo/a con amor y comprensión?

Para responder a esta interrogante, deseo argumentar que la disciplina no es un fin en sí mismo; sino que es un medio para algo mayor: la disciplina tiene que ver cómo preparamos a los niños/as para la vida y para relacionarse lo mejor posible con sus congéneres.

Sostengo, por tanto, que existe la parentalidad positiva y esta debe estar centrada no sólo en la disciplina como la obediencia ciega, sino en preparar a la persona para la vida; lo cual se resume en preparar a la persona para relacionarse mejor con su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, su comunidad. Porque al fin y al cabo, ¿Qué es la vida sino relaciones sociales?

Uno de los puntos clave de la parentalidad positiva es que los niños/as entiendan el porqué de las reglas. Normalmente se imponen bajo la condición de así tiene que hacer y aquí hago lo que yo digo. Curiosamente, cuando crecen les queremos enseñar la “democracia” o los “modelos democráticos”. Cómo se va a entender si normalmente nos movemos y nos relacionamos en dictaduras familiares.

En pocas palabras, lo que intento decir es que la disciplina tiene que ver mucho con el “otro”. En virtud de que la regla sirva para relacionarme mejor con el otro u otra cobra importancia. Es decir, la disciplina no es un fin en sí mismo; sino que es un elemento clave para relacionarnos con los demás seres vivos.

Lo mencionado conduce también a la necesidad de racionalizar la disciplina. Está muy desarrollada la idea de “obedece porque sí”; “porque así es”. Pero la realidad es que el miedo no es el mejor aliado. Si no se comprende el sentido de la disciplina, cuando no exista miedo, surgirá el ogro que llevamos dentro. La regla que dice “obedece porque así es” se romperá muy rápidamente si no hay comprensión de la regla.

Lo contrario, y efectivo, es razonar sobre las normas; porque ellas deben servir para una mejor convivencia, a un mejor relacionamiento, a un pensar en la “otra” persona.

El principio de la disciplina positiva es el afecto, apego, cuidado, y por eso se inicia desde la primera infancia. Es decir, el amor y la racionalidad (las normas con sentido de buen relacionamiento con los demás y consigo mismas) es la base de la disciplina.