Opinión: «Política y religión: relación peligrosa», por Víctor Hugo Miranda S.J.

"La política y la religión no siempre se han llevado bien ni han sido fructíferas sus relaciones".

Foto referencial.

Escribe: Víctor Hugo Miranda S.J.

Podemos estar de acuerdo o no con las expresiones del cardenal Pedro Barreto S.J. sobre Fuerza Popular que se hicieron virales a través de Radio Cutivalú de Piura, pero sus palabras dan pie a una discusión que se hace cada vez más necesaria en nuestra sociedad sobre las relaciones entre política y religión, estado laico, libertad de opinión, el rol que cumplen sacerdotes y obispos, así como la autoridad que se le concede a sus palabras y su influjo en la ciudadanía, sea esta católica o no.

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La política y la religión no siempre se han llevado bien ni han sido fructíferas sus relaciones. No es gratuito entonces que mucha gente alce su voz en contra de la intervención de un prelado en la política.

Hay antecedentes peligrosos en los más de dos mil años de cristianismo. Por ello la misma iglesia ha reflexionado en las últimas décadas sobre la necesaria separación iglesia-Estado. Nada de ello implica, por otro lado, negar el rol importante que cumple la iglesia en la sociedad. Su voz debiera ser escuchada en el debate público, sin pretensiones de imposición alguna, ni tampoco de censura.

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En ese escenario, las declaraciones de Barreto permiten problematizar esta temática y reflexionar sobre ella. Es un ciudadano y como tal tiene derecho a opinar. Como pastor debe denunciar aquello que es injusto. No está haciendo política partidaria sino señalando lo que muchos otros hemos visto, un partido político que obstruye y no construye, que blinda y protege presuntos implicados en actos delictivos.

Sin embargo, nos queda la interrogante sobre la pertinencia de sus declaraciones y el impacto que tienen en un sector de la población, que como lo señala Santiago Roncagliolo en un artículo reciente, esperaría una postura imparcial de sus autoridades religiosas.

Nos movemos en un terreno delicado donde la línea divisoria entre lo conveniente e inconveniente es muy delgada y corresponde hacer un fino discernimiento que busque siempre el bien mayor.