Opinión: «Los transgénicos de nuevo en el candelero»

Por: Ricardo Pineda Milicich – CIPCA

 

El año 2016, con ocasión de la reunión de la APEC en el Perú, escribimos un artículo acerca de  los transgénicos, que al revisarlo a la fecha, constatamos que no ha perdido vigencia, en esta oportunidad en la que el Gobierno acaba de emitir un decreto supremo que ordena publicar un reglamento, elaborado por el INIA,  el cual pretende regular el desarrollo de actividades con organismos vivos modificados (OVM), es decir transgénicos. Esto es muy sintomático ya que coincide con la confusión de la pandemia, y el hecho de que este es el último año de vigencia de la ley de la moratoria, que prohibió el ingreso de los cultivos transgénicos al Perú por 10 años.

En esta reunión de la APEC, el representante de una connotada universidad limeña, al referirse al caso de los transgénicos, en términos generales expresó lo siguiente:

a) Hace 20 años que se cultivan transgénicos en el mundo y no hay un solo caso en el que se haya demostrado daño  alguno.

b) Durante la vigencia de  la ley de moratoria de los transgénicos, por un lapso de 10 años (del 2011 al 2021), aprobada en el Perú, los agricultores  estarían perdiendo  9 mil millones de soles,  solo en el caso del algodón Pima, por no usar semillas transgénicos.

c) Por tanto, debe revisarse esta ley de la moratoria, que no nos deja avanzar en el Perú. Otra recomendación, de una expositora, simpatizante de los transgénicos, en el mismo evento, fue que se cultive soya, obviamente  transgénica, en  Piura

No es cierto que los transgénicos no encierren peligro, que no causen daño ni a la agricultura ni  a la biodiversidad, ni a la salud humana. Que nadie se haya caído muerto  después de haber ingerido un alimento transgénico no lo libera de la duda razonable y fundamentada de ser dañino. Hay abundante información de experimentos que demuestran daños en órganos diversos de animales de laboratorio (porque no se puede experimentar con seres humanos). Por lo tanto, el principio precautorio, suscrito en convenios internacionales (Protocolo de Cartagena), establece la abstención en casos de duda razonable. Por eso es que la comunidad internacional de consumidores, exige, cada vez con más fuerza, alimentos sanos, ecológicos, libres de transgénicos. Los países más adelantados de Europa han establecido metas de conversión, a mediano plazo, de su agricultura convencional hacia la propuesta agroecológica.

El problema del hambre, actualmente, no es por falta de alimentos, sino por el mal manejo de los productos cosechados, en el transporte, en la distribución, en el almacenamiento, en la conservación; y en los enormes desperdicios de la comida preparada, en restaurantes y  hogares pudientes.

El monocultivo intensivo de la soya transgénica en Brasil y Argentina, y otros países, ha desembocado en grandes problemas ambientales y sociales. El consumo de plaguicidas se ha incrementado dado que, lógicamente, si hay un cultivo transgénico que sea resistente a un determinado herbicida, por ejemplo glifosato, ya no habrá reparo en usar mayores cantidades de dicho producto, más aún, con el acicate del interés económico de los fabricantes del mismo.

La conclusión de que los agricultores algodoneros pierden  9 mil millones de  soles por no usar semillas transgénicas, es una elucubración de una simplicidad sorprendente. El razonamiento sería el siguiente: Si alguien en alguna parte, en este momento, está obteniendo un gran rendimiento  de algodón transgénico, el doble o el triple de lo que obtienen nuestros agricultores, entonces esa diferencia  cuantificada en soles y multiplicada por 10 años de la moratoria, sería lo que estarían dejando de ganar (llamada tan ligeramente “perdida”) nuestros agricultores, simplemente  por no usar transgénicos. Lo primero que se aprende en una  facultad de agronomía, es que el rendimiento  de cosecha de un cultivo (kg/ha), depende de muchísimos factores; no solo biológicos, físicos  y químicos, sino también económicos, ambientales y sociales. Es inaudito pensar que solo por cambiar una semilla por otra (transgénica) se incrementen espectacularmente los rendimientos de cosecha; ni mucho menos por supuesto, disminuya  la pobreza en el campo.

Las variedades mejoradas actualmente existentes, casi en  todos los cultivos, contienen suficiente potencial genético intrínseco (no transgénico) como para obtener rendimientos  de cosecha muchísimos mayores que los que  actualmente se obtienen en el país. En el caso  del algodón en Piura, en los últimos años de su cultivo extensivo, sin transgénicos, los promedios de  rendimiento  eran de alrededor  de  12 cargas/ha (43qq/ha); sin embargo, no pocos agricultores  con mayor control  sobre los factores de la producción obtenían alrededor de   20 cargas/ha (73  qq/ha). Hace más de 50 años, mucho antes de que existieran los transgénicos, en Arizona obtenían  más de 25 000 kg/ha de maíz. Mientras en Perú nuestros promedios de rendimiento de papa estaban apenas en las 10 tn/ha, en Holanda (antes de los transgénicos) ya obtenían  más de 50 tn/ha. En condiciones de cultivos hidropónicos (no transgénicos) se pueden obtener hasta 600 toneladas de tomate/ha.

Entonces, la realidad es muy distinta, en cada lugar en cada momento, en cada circunstancia. Son innumerable y muy complejos factores que existen en el entorno ambiental, en los campos  de cultivo, que interactúan, que se contraponen, que pueden generar  sinergias, antagonismos etc. que obligan a: primero, un conocimiento  e  interpretación  fiel y honesta de cada realidad; y segundo, un análisis cuidadoso de todos los factores, para  afiatarlos, concordarlos. Esto exige tener una concepción holística del entorno, de las interdependencias. Así pues,  el rendimiento de cosecha vendría a ser como una melodía de una gran  orquesta en la que cada instrumento aporta la nota que le corresponde. Por eso se dice que la agricultura es una ciencia y un arte.

El gran drama de nuestra  agricultura, es precisamente no lograra controlar y afiatar, adecuadamente, todos  los factores controlables del rendimiento, y creer que recetas “milagrosas” de un factor en particular (un activador químico del crecimiento, un corrector de salinidad, o un transgénico) será la solución. El primer gran paso es detectar y atender al “factor al mínimo” que es el cuello de botella en la obtención de los rendimientos de cosecha.  Por ejemplo, en el Bajo Piura nuestro gran cuello de botella es la salinización paulatina y sistemática de los suelos. En cada campaña agrícola se incorporan a estos suelos, a través del riego, en el mejor de los casos, 5 toneladas de sal por ha/año  (aplicando riegos de solo 10 000 m3/ha de un agua de excelente calidad, en épocas de lluvias).  Y  este valor de sal incorporada al suelo,  puede llegar hasta 40 tn de sal /ha/año, si se hacen dos campañas en un año seco, se aplica 20 000 m3/ha/campaña, de un agua del doble de salinidad. En estas condiciones pues, sería iluso por decir lo menos, pensar que solo utilizando semilla transgénica se podría elevar los rendimientos del algodonero y con ello obtener un beneficio económico de 9 mil millones de soles  en 10 años. Tenemos cientos de problemas por solucionar en nuestra agricultura, en el país en general, antes de pensar  que los  transgénicos son necesarios,  ni mucho menos urgentes, parar solucionar el problema ni de la productividad agrícola ni del hambre.

Es por estas razones que se dio la Ley de moratoria, por 10 años, la cual dispone: capacitar a profesionales en  el conocimiento y entendimiento de la biotecnología, la producción  y uso de los transgénicos; así como implementar infraestructura, principalmente laboratorios, para su estudio e investigación. Existe una Comisión encargada de la gestión de esta ley. La pregunta es ¿Por qué a 9 años  transcurridos del plazo señalado, para el fin de la moratoria, no se conoce avances significativos sobre  todo  esto? ¿En qué medida, universidades y otras instancias a las que competía y compete, implementar esta ley, han trabajado con diligencia en ello? ¿Y por qué, por el contrario, se propone implementar un reglamento que sería una antesala para el ingreso de los cultivos transgénicos en el país, asumiendo que la moratoria simplemente se extinguirá  al cumplirse los 10 años?

El 80% de la producción de semillas transgénicas y plaguicidas químicos, en el mundo, está en manos de una sola  empresa (Bayer/Monsanto) que, seguramente,  es la más interesada en que se le abran las puertas de nuestro país, y así ganar un mercado más para su imperio económico.

Piura 7 de agosto del 2020