La pobreza en el Perú tiene rostro de mujer

Por: Nidia Coronado Cornejo, especialista de emprendimiento de Cutivalú. 

En los últimos años, ha habido un incremento del número de mujeres pobres y una gran intensificación de las situaciones de pobreza en las mujeres y en sus descendientes. Además, este fenómeno revela los mecanismos y las barreras sociales, económicas, judiciales y culturales que deben superar mujeres y otras identidades feminizadas cada día.

Más de 3.000 millones de personas en el mundo viven en circunstancias de pobreza, de las cuales el 70% son mujeres. Según cifras recogidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a nivel global, 122 mujeres entre 25 y 34 años viven en la pobreza extrema por cada 100 hombres del mismo grupo de edad. Existe una gran variedad de circunstancias que provocan este fenómeno denominado Feminización de la Pobreza.

En primer lugar, las mujeres no siempre pueden acceder a los recursos en las mismas condiciones que los hombres; estando su derecho a, por ejemplo, la posesión de propiedades o recepción de herencias limitado por la legislación, esto se observa en las zonas rurales de nuestro país, donde solo el 30% de las unidades agrícolas están a nombre de mujeres (FAO, 2020), en otros casos, la privación no tiene un origen legal, sino cultural.

Las concepciones tradicionales de las mujeres les atribuyen las tareas relacionadas con los hogares y el cuidado de los necesitados, frente a los trabajos remunerados, desempeñados por los hombres; tal así que, según el INEI en el año 2020, las mujeres destinan 23 horas semanales más que los hombres en las tareas del hogar y de cuidado (trabajo no remunerado), muchas veces incluso se ven obligadas a sacrificar su educación pese a su tendencia a obtener resultados académicos positivos, o a casarse a edades muy tempranas con hombres de forma forzada. En este contexto, las mujeres son incapaces de alcanzar la independencia económica, lo que las coloca en una situación de vulnerabilidad ante la pobreza.

Las mujeres que sí cuentan con acceso a empleos remunerados tienden a llevar a cabo trabajos con malas condiciones y de carácter inestable, cuya destrucción suele ser rápida. Además, se ven perjudicadas por realidades como la brecha laboral, así en el Perú, las mujeres que desempeñan trabajos remunerados ganan, en promedio un poco más del 70% del sueldo que obtienen sus compañeros masculinos (INEI, 2020). Esto se suma a otras discriminaciones que sufren las mujeres en el mundo laboral, como una exigencia extremadamente elevada o el rechazo ante la posibilidad de un embarazo.

Por otro lado, las mujeres también se enfrentan al denominado «techo de cristal», que impide a muchas a ascender a posiciones superiores y a la toma de decisiones en sus respectivos trabajos, ello se ve reflejado en que la participación femenina en las organizaciones en puestos de liderazgos solo alcanzan, en promedio, el 13% en cargos directivos, evitando así que se produzcan los cambios necesarios para una mejor integración (CEO, 2022), Los salarios inferiores y la inestabilidad del empleo hacen a las mujeres víctimas más probables de la pobreza.

Esto es especialmente cierto en los hogares monoparentales encabezados por mujeres. En ellos, las madres deben asumir tanto las responsabilidades laborales como las familiares, lo que puede derivar en el desempeño de trabajos mal remunerados pero flexibles y que facilitan la compatibilización de las labores domésticas, las obligaciones familiares y la educación de los hijos, algo particularmente necesario en nuestro país donde el gasto público en cuidado infantil se reduce cada vez más. Este tipo de hogares tiene una alta probabilidad de caer en la pobreza con la consecuencia añadida de que es posible que la descendencia también se vea afectada en un futuro.

Cabe destacar, asimismo, que en muchos casos las mujeres sufren situaciones de violencia tanto física como psicológica. A pesar de que, las mujeres sufren una violencia extrema en situaciones de conflicto (violaciones, escaso acceso a productos de higiene femenina, prostitución, negación del acceso a la educación o al aborto seguro), existen otras costumbres culturales que dañan a las mujeres y afectan a su desarrollo, pudiendo provocar incluso el rechazo social y aumentando así la pobreza femenina, tales como la hipersexualización de las mujeres migrantes venezolanas.

A pesar de que, las mujeres representan el 50.4% de la población peruana, la discriminación por género todavía tiene mucho peso en la sociedad. La segregación de las mujeres no solo es económica, también se produce en la política, en lo cultural o, incluso, en lo religioso. Para garantizar una igualdad que abarque todo ámbito, debe ser introducida la perspectiva de género desde las instituciones para analizar cuáles son las necesidades en cada caso.

La feminización de la pobreza no se erradica con los mismos instrumentos que la pobreza en general. El hecho de que, en 2022, solo se invirtiese el 10% en actividades con carácter de género es un indicador de que todavía queda mucho por hacer. La agenda política debe cambiar, promoviendo leyes que creen un sistema legal y justo para evitar que las mujeres caigan en esta situación.

“Ser mujer no es fácil en un mundo donde el sexo marca quién es pobre y quién no”.