Cuento «La veintiuno del Bolognesi» – Jeampool Gonzales Córdova

Jeampool Gonzales, un joven escritor piurano, nos presenta su cuento ficción «La Veintiuno de Bolognesi» un cuento ficción, inspirado en el trágico momento de la caída del Puente de Bolognesi que ocurrió un 16 de marzo de 1998.

«La veintiuno del Bolognesi»

Mi vida apesta a tristeza, soledad, indiferencia y alcohol; pero no fue siempre así, no durante algunos meses. Desde que dejé la universidad, no volví a ver a Josué hasta el día menos pensado en que lo tuve en frente. Sus ojos extraviados, perdidos en algún recuerdo, Dios sabe cuál, evidenciaban algún mal. Fue inevitable preguntar.
Verás, hay mujeres que nos pueden rescatar del mismo Infierno. ¿Recuerdas a Elisa? De lentes, cabello despeinado y jeans sencillos, ella era una de ellas, respondió antes de empezar a contarme su desdichada historia.
“La primera vez que la vi fue en la Facultad: risueña, intelectual y fantástica como una diosa. Me acerqué, sin importar mi nauseabundo olor a chicha, cerveza y marihuana. Me miró y a diferencia de otros ojos, en los suyos no había lástima. Jamás entendí qué es lo que pudo haber visto en mí, en cambio yo estaba seguro de lo que había encontrado en ella.
Elisa creyó que yo podía dejar el alcohol, y al menos por un tiempo lo consiguió. No fue fácil quitarle algunas ideas de la cabeza. Ella siempre decía que gracias a mí olvidaba algunas, como el recuerdo de su madre saliendo de casa y su padre entrando a su habitación sin avisar. La imagen de su padre acariciándola pese a sus gritos mientras la ludopatía jugaba con su madre. Poco a poco, hice que Elisa olvidara los antidepresivos, los ansiolíticos, diazepam y todas las demás formas de sobrellevar la vida.
Convertimos en devocionales las caminatas después de clases e hicimos del puente Bolognesi, nuestro nido. Al llegar, apoyábamos nuestros brazos en sus oxidadas barandas y empezábamos a tararear las canciones de nuestro discman. Disco tras disco, nos la pasábamos abrazados, ajenos al desdén del resto del mundo; sin más compañía que nuestro puente y el sonido de las fuertes lluvias. La vida entonces nos pesaba un poco menos.
Pero, después de algunos meses, nuestra suerte cambió. Elisa le contó lo nuestro a sus padres. Después de ello, llegaron las desgracias, una tras otra. Jamás los entendí, pues ellos le pidieron que eligiera entre sus estudios y nuestra relación. También le preguntaron si ya quería salir embarazada. Ella me dijo una y otra vez que prefería estar muerta antes que en los brazos de otro hombre. Me repetía a diario que prefería nuestra inmortalidad en lugar de nuestra separación. Le sugerí escaparnos, pero ella me recordó, querido amigo, que su repugnante padre no soportaría encontrar su habitación sin ella. Que movido por sus enfermizos celos; nos encontraría, me mataría y la traería de regreso. Así que acordamos lanzarnos de nuestro hermoso puente Bolognesi. Lo acordamos todo – ¿puedes creerlo? – usaríamos la ropa que llevábamos cuando nos conocimos. Ella dejaría una carta diciendo que se marcharía a casa de una tía, lo que nos daría tiempo suficiente para sellar nuestra prueba de amor.
Y así, todo listo, quedamos para las 10:00 am. del 16 de marzo de 1998. Hay números que ni los años borran; verás, mi amigo, llevo marcado ese día, y Piura también.
Una multitud que caminaba en sentido contrario al puente se interpuso, un cordón humano que gritaba: “El miedo se acabó” y “Piura siempre unida” bloqueaba mi camino. Una marcha contra la reelección del “Chino” había iniciado, cortándome el paso.
Maldije mi suerte al mirar el reloj que marcaba las 10:17 a.m. Corrí fuerte como si tratase de superar los minutos de retraso, sorteando los niculazos de los policías y el barro producto de las fuertes lluvias del Fenómeno de El Niño.
Empecé a sudar frustración, impotencia al ver cómo mi desesperación era confundida con euforia, por una marcha que se enardecía y protestaba cada vez más fuerte.
Traté de avanzar a patadas, a empujones en medio del barro- y todo en vano, mi amigo, ellos eran más, eran muchos. Para cuando había logrado superarlos, llevaba más de un perdigón por tatuaje. Para entonces ya les había fallado a Elisa y al Bolognesi.
Diez y treinta tres de la mañana. A una cuadra del puente alcancé a divisar a Elisa, de pie en el Bolognesi. Llevaba consigo nuestro discman. Fueron los segundos más largos y quizás también los más cortos – aún me culpo por ello, mi amigo- debí correr más fuerte y perderme también.
El puente empezó a moverse, a desmoronarse, recuerdo tras recuerdo se desmembraban del Bolognesi, caían junto con las barandas oxidadas, hasta perderse en las aguas. El río lo devoró todo. El Bolognesi desapareció, se cayó a pedazos, lo arrancó “El niño”, se lo llevó el caudal, y ella se fue con él.
Llegué tarde, una vida tarde. Las arengas de la multitud se convirtieron en quejidos, en llantos; las sirenas de ambulancias y el ruido de helicópteros, en música de fondo.
Aquel día grité tan fuerte que algo se me rompió dentro, quizás alguna de esas cuerdas que llaman cordura.
Josué empezó a lagrimear. No pude consolarlo, una vez más. Me despedí de él frente al espejo. No importa que nadie crea que es amigo mío. Cuando salga de aquí les contaré a los papás de Elisa que ella no se ha escapado, que dejen de buscarla. También confesaré que habíamos quedado en suicidarnos, pero que el maldito río se la llevó primero. Que no son solo veinte muertos como dicen los periódicos, Elisa es la número veintiuno. A los señores de acá ya les he contado, pero no me escuchan, me duermen con agujas. No dejan que me marché, me han encerrado aquí donde no entran la luz ni la sensatez. Dicen que todo va a estar bien y que Josué soy yo.

*Cuento publicado en el libro «La novia de Vallejo»
*El libro tiene 13 cuentos.