«Ayabaca: los buenos libros y el olor a tierra húmeda»

Por: Wilder Jaramillo Hualpa

Al leer sobre el solitario y apasionado hábito de la lectura, Rafael Gutarra, docente de la Universidad Nacional de Piura y reconocido escritor, en su libro Lecturas Literarias, señala, “un primer tipo de lector es el que en su infancia ha tenido una biblioteca en casa, pequeña o grande, a su disposición, y todos, o algunos de sus familiares, leían. Este es un lector para toda la vida. Adquiere y compra libros porque siente necesidad de leer continuamente.”

Debo señalar con total franqueza que de la época de mi niñez recuerdo solo haber visto sobre un viejo estante o sobre los muebles de la sala algunos desgastados libros escolares como Tito Juega con Dora y una  que otra novela como Huasipungo del escritor ecuatoriano Jorge Icaza. Ya después, con el correr de los años, he vuelto a releer la conmovedora historia de Cunshi, uno de los personajes de Huasipungo.

El recuerdo, un poco denso y borroso, aparece y me veo tendido en mi cama cubierto con tres frazadas marca tigre con las cuales inútilmente trataba de hacerle frente al intenso frío ayavaquino.

Recuerdo que a escasa distancia de mi cama tenía frente a mí a una ventana de madera color marrón desde la cual me pasaba horas observando caer la lluvia que se desprendía desde ese cielo serrano.

Evoco a la Ayavaca de los finales de los años 70 y principios de los 80. Con las solitarias calles de tierra y piedras, cercos de alambre y palos, extensas pampas verdes y escasas viviendas. El humo saliendo por las aberturas de los techos de teja que cubrían las casas de adobe y mujeres con vestidos largos apurando el paso para atizar el fuego en las rústicas cocinas de barro y piedras. El olor a tierra húmeda, tierra húmeda de tiempos de lluvia; y esa inconfundible y deliciosa fragancia de las plantas frescas de tululuche.

Ayavaca, hace cuarenta años, era como aquellos pueblitos alejados de todo, casi dejados en el olvido, como en las películas que se ve del viejo oeste.

La noche, oscura y completamente solitaria. Recuerdo algunos días sin lluvia, acostado boca arriba en el corredor de la casa de mis padres, mirando el cielo completamente despejado, maravillado al ver tantas estrellas moviéndose en el firmamento. En aquel tiempo no sabía nada sobre la constelación de Orión, la Cruz del Sur y mucho menos de la Osa Mayor.

Noches pesadas, con espesa neblina, escuchando el sonido de la corriente de agua, lodo y piedras que se desprendían del cerro el Calvario. El croar de las ranas anunciando la prolongación de un invierno copioso y el ruido de las chicharras (cicádidos) y grillos en las nutridas plantaciones de cartuchos blancos y amarillos que rodeaban los corredores de las viviendas.

Noches del constante aleteo de las lechuzas emitiendo por los aires aquel grito o quejido que tanto atemorizaba y que era motivo para que las personas de más edad se persignaran y escupieran agua bendita desde las ventanas de las viviendas para alejar el mal que decían que traía consigo aquella ave nocturna.

Tiempos cuando en Ayavaca se veía solo televisión en blanco y negro y no faltaba en los hogares las antiguas radios que funcionaban a pilas a través de las cuales era un deleite escuchar aquellas melodiosas voces de los locutores de radios como Matovelle, Sonorama o Radio Uno, la romántica de Guayaquil. Por aquellos tiempos en Ayavaca solo se veía y escuchaba televisión y radios ecuatorianas.

Creo que un poco tarde llegaron a mis manos imprescindibles novelas como Pedro Páramo del gran escritor mexicano Juan Rulfo y en donde la difunta Eduviges Dyano sigue preguntando si alguien ha oído alguna vez el quejido de un muerto. Preguntas y respuestas en un mundo de muertos donde los personajes aparecen como muertos. Luego, leería, sintiendo en mis oídos la voz del gitano Melquiades pregonando que “las cosas tienen vida propia y que todo es cuestión de despertarles el ánima”, en la magistral novela Cien Años de Soledad del nobel en literatura Gabriel García Márquez.

Noches en Ayavaca sin energía eléctrica, (se debe decir que la energía eléctrica se interrumpía por largos días o meses. Y cuando la había, era débil y solo se contaba con el servicio de siete de la noche hasta cerca de las dos de la madrugada) alumbrándonos con la luz de una vela o una lámpara de kerosene. Luego conocí la magnífica pluma del escritor Edgar Allan Poe, con su formidable Aguste Dupin, quien admira con locura la oscuridad, tratando por todos los medios de falsificar la presencia de la negra divinidad, cerrando cortinas, encendiendo lámparas y esperando con ansias el advenimiento de la verdadera noche.

Son innumerables los buenos libros que he leído, pero sé que no los suficientes; la vida es tan corta y el tiempo tan escaso para poder leer todo lo que quisiésemos. Hemos tenido y tenemos variedad de rica literatura en este mundo, y mencionar a sus autores, grandes maestros de las letras, y los títulos de novelas y poemarios sería interminable.

¿Qué debemos hacer para que la lectura se convierta en una práctica social en nuestro medio?

Primero habría que indicar que la lectura no es un hábito suficientemente reconocido en nuestra región. El otro tema tiene que ver con el acceso. Como todo hábito, uno lo desarrolla con más facilidad en la niñez. Si los niños se divierten con la lectura, será difícil que luego se aparten de ella. El papel de las escuelas es crucial, pero también el de los padres, de las bibliotecas públicas, de las editoriales, los diarios, etc.

Hay que reconocer la gran movida cultural que se vive en Piura, a diferencia, lamentablemente, de la realidad cultural y artística que se observa en Ayavaca. En Piura, en estos últimos años se ve a grupos de teatro en auge, excelentes puestas en escena de teatro se anuncia su presentación en este mes de enero, también se vienen presentando recitales, presentaciones de libros y denodados esfuerzos de escritores y poetas por difundir el sano oficio de aquellos “hombres con una piel de menos”, es decir en carne viva, como lo señalara alguna vez el poeta norteamericano Langston Hughes.

Esperemos que esto siga así y que se incremente por el bien de toda la humanidad bajo la sencilla premisa que la lectura nos hace más humanos.